sábado, 5 de marzo de 2016

Para siempre.

Publicado por Mandalera en 11:42 0 comentarios
Ella estaba sentada frente a la máquina de escribir, vestida solo con un polo blanco que llegaba hasta su cintura. Su mirada estaba fija en la hoja que iba llenando con versos de mucho amor y poca malicia. Era ajena que desde una esquina, él la observaba atentamente, sin parpadear, como un león que acecha a su presa.

Sino llevaba ropa interior, era porque tenía la creencia que esta reprimía su feminidad y castraba su imaginación cada vez que hacía literatura. Si él no dejaba de mirarla, era porque sus muslos y piernas prominentes siempre lo habían cautivado y excitado.

Era cuestión de tiempo para que ambos universos se juntaran y se hicieran uno, por enésima vez. Habían compartido cama, sueño, abrazos, besos, y largas conversaciones los últimos meses. Ella había logrado amarlo, ofrecerle lo mejor de sí sin condicionamientos, podía permanecer abrazada a él por horas, y a él no le importaba si ella dejaba sus rastros, porque sí, ella babeaba cuando estaba recostada...¡qué maravilla! Al final de cuentas, esa relación, que aún no tenía nombre formal, iluminaba todos los espacios, sus almas, sus cuerpos, sus mentes, y convertía sus pensamientos más irracionales y autofrustrantes en una nada hermosa, en felicidad.

Ella sabía muy bien cómo expresarle su enojo, sin necesidad de herirlo, él, había aprendido a amarla aunque a veces tuviera ataques de histeria, porque la mejor técnica para callarla era abrazarla y darle un beso en la boca. Si él se enfadaba, ella permanecía quieta, hasta que su enojo aplacara, le daba su espacio para que desfogara todo y no se desquitara con ella. Eran seres humanos, al fin y al cabo, cometían errores, tenían defectos, pero que sincronizaban; eran virtuosos en las artes del amor, porque sí, se amaban irremediablemente, más allá de sus demonios, más de allá de sus fantasmas, eran seres de mucha luz cuando estaban juntos, aprendían el uno del otro, el otro del uno, habían tendido un puente larguísimo entre ellos, para contarse todo y no ocultar nada, sobre todo, aquellas emociones que los embargaban y habían nacido desde su unión.

La perfección era suya. No podían imaginar separarse y menos que el olvido interviniera en su relación, se amaban para siempre, aunque para siempre se convirtiera en un instante, una semana, un mes, un año, ellos no temían, se arriesgaban, se entregaban todos los días, porque así lo habían decidido, sin miedos, sin perturbaciones, sin nada, dejaron el pasado atrás, olvidaron el futuro, y solo vivían del presente, así eran felices, en su mundo.
 

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